Por: Steven M. Arana
El camión se movía bruscamente, adentro, íbamos aproximadamente veinte chavalos de entre catorce a dieciocho años de edad, una carpa color verde nos cubría, dejándonos completamente a oscuras en el interior del vehículo. A través de una rendija -entre el amarre de la carpa y la barra de hierro del camión- podía observar el adoquinado de las calles de Managua, minutos después, volví a asomarme y ya no había adoquinado, ahora transitábamos por un camino de tierra y dije: ¡ya salimos de Managua!. (Habían llegado a la base militar julio Martínez en Managua)
Tres meses antes, Marco, adolescente de 14 años de edad, delgado y con un aspecto anémico, había ingresado a un Batallón de Reserva de la Milicia Popular Sandinista (MPS) la cual surgió de forma voluntaria antes de la Revolución Popular Sandinista contra la dictadura somocista. -En junio de 1983 nos reclutaron en el Instituto Nacional Ramírez Goyena- cuanta Marco Antonio Montes, hoy de 52 años, diabético, mientras calla a sus dos hijos, Eduardo y Kiara que corren de arriba a abajo en el angosto pasillo de la casa, ubicada en el barrio Julio Buitrago de Managua -salí con tres pares de calcetines, dos calzoncillos y dos camisas- cuenta -¡nadie sospechó nada! del Goyena nos trasladaron a la Universidad Politécnica (UPOLI) donde nos uniformaron y minutos después trasladaron en camiones Renault hasta la base militar julio Martínez, donde hoy es el Centro Superior de Estudios Militares.
-¡Este chavalo era vago!- exclama Margia Doña, tía de Marco, quien está sentada en el comedor antiquísimo que compró antes del 72, tiene las piernas cruzadas, sentada con postura estilizada, -Nadie sabía para donde había agarrado este chavalo, salió de la casa a eso de las ocho de la noche, sin decir nada, cuál es nuestro susto cuando vemos que al día siguiente Marco no llegó a dormir, ni al día siguiente, ni al siguiente; lo buscamos por todos lados, fuimos a varios hospitales y a casa de sus amigos, hasta que nos dijeron que se había metido al servicio militar.
-Quince días después llegó mi mamá a la base militar- continúa relatando Marco mientras se mece suavemente en su silla, llevando sus dos manos al frente y reposando en su mandíbula sus dos pulgares -esa ves mi mamá me llevó un poco de ropa y necesidades básicas como el desodorante y pasta dental. Durante esos tres meses me entrenaron como codificador, muchos salieron locos de ahí, ¡cada punto era una letra!- exclama con una pequeña sonrisa -fueron tres meses de mucha disciplina.
-Después de los tres meses me ofrecieron una beca de estudios en Cuba, para cursar la secundaria y continuar mi preparación militar. Para poder irme a Cuba necesitaba el permiso de mi mamá, hablé con ella y me preguntó: ¿Seguro que querés ir? yo acepté. A finales de agosto de 1983 viajaba a Cuba, en el aeropuerto internacional José Martí nos esperaban camiones del ejército cubano para trasladarnos al puerto de Batabanó y posterior a la Isla de la juventud, donde pasaría durante los próximos tres años.
Marco se acomoda en la silla y queda unos segundos en silencio, hace una mirada pensativa, mientras en su rostro se dibuja una pequeña sonrisa, como experimentando un sentimiento de plenitud. -Llegamos a la Isla de la Juventud de madrugada, bajé del ferry luego de seis horas en el mar Caribe, estiré los brazos y las piernas para quitarme la pereza y en el horizonte pude observar los primeros rayos del sol saliendo lentamente, una variedad increíble de colores embellecían el amplio cielo; otra fila de camiones Renault nos esperaban en el puerto de Nueva Gerona, para llevarnos al colegio donde pasaríamos por los próximos meses.
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